lunes, 4 de enero de 2010

CENTÉSIMA TRIGÉSIMA PRIMERA NOCHE

Se balanceaba de aquí allá y viceversa, en un vaivén literal y sin apuros. Frente suyo estaba yo que le iba viendo silenciada. Sus ojos grandes, muy abiertos, embutidos en su cara y desconciertos, presenciaban esa escena sin saber lo que pasaba.
Fueron primero dos palabras, como flechas, decididas. Luego, vino una otra y otras más, que se soltaban de su lengua sin sentido y le chorreaban como babas de la boca. Con la vista me pedía alguna cosa, pero el decir era esquivo a su deseo y seguía en un camino separado.
Sostenida duré un rato en su mirada y él buceaba entre verbos y adjetivos.
Ya con el piso bañado en letras despilfarradas que iban goteando sus labios secos, sentí la primer punzada en el oído izquierdo y atiné a tocarme, como un reflejo, justo antes de aquella rama que me salía sin preguntarme. En un segundo, largó dos hojas, y al poco tiempo, ya eran tantas, que me extrañaba lo sucedido. Sin sacar la mano de aquellos tallos auriculares, sentí de nuevo un brote abrupto en mi otra oreja. Venía con flores y una manzana. Quedé asustada, iban creciendo. Y sin moverme, miré callada a mi compañero, que en su discurso se aminoraba, diciendo nada, quedando solo, muriendo en pausa.

1 comentario:

Amorir dijo...

Me gustó este también.