sábado, 10 de abril de 2010

MAÑANA CENTÉSIMA QUINTAGÉSIMA SEXTA

Sonó un mensajito en el celular y lo metí en el sueño. Ficcionar desde los sueños, bonita tarea si las hay. Le inventé un remitente, respaldé la historia con explicaciones impregnadas de lógicas oníricas, esas que le deforman el suelo a Alicia mientras piensa cómo pasar por una puerta tan chiquita siendo ella tan grande.
El mensajito incorporado a mi dormir fue una forma de resistencia a la vigilia. Necesitaba seguir durmiendo. Luego, bocinasos. Varios. Muchos. Mi ventana, la del cuarto (tercio) donde duermo, da a una calle céntrica, y parace ser que los sábados por la mañana la gente va apurada, corriendo tras quién sabe qué cosa. Quizás sea la urgencia de la muerte. Ojala no los encuentre acelerando.
Sin abrir los ojos fui volviendo a esta otra realidad. La que me escribo. Y me sonreí. Estaba en casa. Pondría música, haría mates, ordenaría la mudanza de las cosas. Escribiría. Y así, etc. Esta es la vida, pensé.

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