viernes, 2 de abril de 2010

NOCHE CENTÉSIMA QUINTAGÉSIMA SEGUNDA

Una palabra tuya bastará para salvarme, dijo, y corrió desdibujando de su resto todo rastro. Por esta vereda todavía hay sol, pensé, mientras el suelo derretía mis zapatos. Me seguí descalza cada paso fuego, y el tic tac remoto apocaba en olvido su temblor.
Iba ella. Iba yo tanteando a penas, el recuerdo de ella yendo.
Pasó aquel día, ciento veinte hombres, un snorkel viento, y sien mil goteras. Me quedé mirando, de mi mano duendes que se revolcaban entre cuerdas locas mientras los cantaba. Me lloré de a ratos. Rotos los abrazos que supieron sernos.
Luego otro momento, fue algún otro día, que sonó en la puerta, de mi casa nueva, alguien que llamando pedía mi nombre. Pregunté quién era. Dijo ya no importa. Abrí despacito. Ahí parada ella. Viéndome de frente, dándome más tregua. Tengo la palabra, dije, bastará para salvarnos.

No hay comentarios: