sábado, 29 de agosto de 2009

NOCHE QUINTAGÉSIMA QUINTA

Una gota salada de llanto se marcó en la hoja, como un punto, y cerró el libro. Repasó la rugosidad de la contratapa con su palma y la dejó ahí, reposando un tiempo en el silencio.
Levantando la cabeza miró al espejo y sonrió. A pesar del rimel corrido, de la cara mojada, de la ilusión rota, del siempre y del ya no te quiero. Sonrió suave y con los ojos.
Por la ventana entraba el sol y cantaba un gallo entusiasmado.

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