sábado, 20 de febrero de 2010

CENTÉSIMA CUARTAGÉSIMA PRIMERA NOCHE

La media era de nylon, un beige claro que desdibujaba algo los rasgos sin dejar de traslucir la realidad del otro lado. Un pedazo del clásico can can que usan las mujeres. Eso llevaba cubriendo su cabeza y cara para no ser recordado. Transpirando el verano, la adrenalina del asalto y la media que ofuscaba, dio lugar a cada paso necesario. Forzar la puerta; forcejear con quien estaba; enmudecerla -era una chica-; aquietarla con las cuerdas; dejarla en una silla.
En el bolso entró el dinero, dos collares de perlas, un celular y un vino tinto 2005. Corría el tiempo y ya llegaba la partida. Dio media vuelta, y ahí se vio. Toda la pared que lo enfrentaba era un espejo. El bolso a medio cerrar en una mano, un 38 en la otra, la media en la cara, la remera transpirada, el gesto aplastado. Duró un momento ante la imagen. La chica no se movía. Dejó el bolso en el piso y se quitó la media de la cara. Apoyó el arma sobre el bolso y se acercó al espejo un poco más. Ahí estaba. Era él, era su cara. Se vio llorando.

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