sábado, 27 de febrero de 2010

CENTÉSIMA CUARTAGÉSIMA TERCERA NOCHE

Intermitencias de la muerte. Todo el cuerpo se me apocaba y no pensaba en muchas cosas, ya no. Las funciones disminuían y se reducían al solo efecto de seguir latiendo el tiempo. La cara se enjuagaba en sus sudores y el cuerpo ambivalente era calor y frío, frío y calor, sin decidirse.
Afuera el mundo seguía siendo mundo. Todos corrían y ahora la preocupación o el boca en boca eran tsunamis y terremotos programados. Seguían miedosos. Apegados.
Por mi parte, el único boca a boca que me inquietaba era el que, días atrás, había pasado la peste, la gripe y angina, de tu saliva a la mía, de tu tristeza a mi nostalgia, de tu adios a mi extrañeza. Y si febriles fuimos cuando fuimos, por qué no cerrar esta historia con unos grados más que siempre, con el sudor y los espasmos en la cama, ahora de gripe, antes de antes.

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