jueves, 15 de octubre de 2009

OCTAGÉSIMA SÉPTIMA NOCHE

Apoyé mis dedos en tu boca, el índice y el mayor de la mano derecha, ya era momento de callarte. Y te miré sentenciosa. Casi ambivalente. Como siempre, caprichosa. Y susurraste, no obstante, entre mis dedos, alguna cosa, que ya no importaba, que iba a olvidarse.
No hace falta, dije, que me digas nada. Ya bien nos sabemos y ni mil palabras, podrán explicarnos.
No me sonreíste, sólo me besaste, primero los dedos, luego todo lo que iba a decirte. Así me callaste. Y accedí dócil al olvido.
Juntos caminamos, entre otras personas. Iban nuestras manos traficando viento sobre nuestros pasos, y no nos perdimos, sólo divagamos, por cien mil veredas y alguna verdad, que nos refutamos antes de ser cierta.
Tendrás que cantarme un rato cada noche, sonreírme a veces, ordenarme el pelo y desordenarlo, antes de que el gallo entone las doce. Así me propusiste que nos intentáramos. Mantuve mi adentro un poco conversando, con el centro mismo, y te di respuesta. Tendrás que cuidarme de los siempre azules días de rezago. Sembrarme canciones, curarme de espanto, tocarme muy suave, ser piel y toda la belleza, que capte mi tiempo mientras nos jugamos.
Tenemos hecho un trato me comunicaste, acercando la frente a mi frente arduo. Y nos abrazamos, firmando sonrisas en la primavera. Jurando reírnos, cuando esto se muera.

1 comentario:

fer mojito dijo...

buenísimo...

Fer Mojito.