Hurgaste en mi sombra
y me atreví a tu pena.
Sin saber, latí tu sangre.
Enjuagué mi mente de reposos,
y como una enredadera,
me aferré a tu grito.
Canté con voz al dios del hombre
y sonreí con sorna recordando,
que dios es sordo.
Ya no hay piel que cambiar
porque tu carne arde de dolor.
domingo, 26 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario